29 de agosto de 1929

Parece que lo de dominar el aire nos viene de atrás, pues hoy se cumplen muchos años desde que el LZ 127 Graf Zeppelin recorrió el mundo en 128 horas. Ahí es nada. Era un dirigible alemán, nombrado por el señor Ferdinand von Zeppelin, un noble también alemán. Mientras tanto, una de nuestras queridas vagabundas hacía honor a su nombre, descolocando el mundo terrestre desde Lakehurst, en Nueva Jersey.


Las casas aquí son preciosas. Parece mentira, sólo he tenido que recorrerme todo el país. Es como un mundo diferente, no sólo la gente y la nación en sí. No se parecen en nada. Admiro su capacidad para permanecer unidos en un mismo estado. Es brutal. Siempre me recuerda lo complicado y sencillo que es llevarse bien al mismo tiempo. Supongo que soy una romántica. No leería tanto si no fuese así. Ay... hoy espero ansiosa la llegada del dirigible. Cuando me enteré no pude más que saltar de alegría, casi me como mi propio pelo de tanto que me moví, debería lavarlo más a menudo. ¡Estaban haciendo realidad a Verne! Bueno, a su manera. Porque Verne hablaba del globo aerostático en el que un día volaré, pero un dirigible tampoco estaba mal. Nunca he visto uno. De hecho, por eso escribo ahora, para intentar distraerme en la espera. Me tiemblan las piernas. Estoy sentada en el bar de una amiga que cada vez que me ve me invita a una infusión, para intentar calmarme los nervios, me dijo la primera vez. Yo sé que le caí bien. No arriesgas tu trabajo invitando a una persona sin dinero por "calmarle los nervios". Ella lo sabe, yo también, y tan felices. Para compensarla, o para torturarla quizá, suelo contarle algunas de las historias que me han pasado, o de las que les pasaron a mis predecesoras. Como aquella en la que Grieta creyó que rescataba a una sirena y así lo anotó. Hay que ver, la imaginación humana. Siempre cuento esa historia como si efectivamente aquella hubiese

sido una sirena. Me gusta crear esos mundos mágicos, como hacía Houdini. Murió hace tres años. No recuerdo haber estado tan triste en mi vida. Había tanta gente en el entierro. Murió como vivió. Extrañamente. Pero volviendo a lo que nos ocupa, no puedo dejar de pensar en cuánta gente bajará del dirigible, si podré colarme y sobretodo, qué consecuencias tendrá para los alemanes. No me fío ni un pelo, aun cuando están consiguiendo cosas con las que los mortales nos atrevemos a soñar. Todas las personas, hombre mujer, alemán o no, tendemos a creernos más poderosos de lo que somos. Probablemente todo eso venga de que la gente ya no mira a las estrellas, ni a los fantásticos animalillos acuáticos ni a las lámparas infinitas de la noche. Supongo, que esa patología no puede curarla una sola persona. Claro que esa persona quizá no sea ya, y dado el hecho de que más bien pocos se dejan llevar por el espíritu aventurero. Ese que tiene una mano tentadora que te arrastra por el mundo sin ton ni son, quizá para enseñarte insospechados descubrimientos, quizá por jugar con tu existencia. Seguro que lo llaman destino, yo lo llamo matar el tiempo. Ya sé lo que voy a hacer. Voy a perseguir al primer estreñido que baje de ese dirigible, le voy a robar el billete, y voy a empezar a decir que me disfracé de hombre para estrenar ese fantástico dirigible y, de paso, no quitarle el mérito a la única mujer que se supone que viaja en él. No estoy hecha para la historia. Pero el billete que consiga, lo guardaré aquí para esa mano tentadora y todas sus consecuencias.

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