24 de agosto del 79

Este debe, o debería ser, el primer diario de la primera vagabunda. Probablemente ni siquiera ella supiese lo que estaba haciendo. Probablemente no esperaba enfrentarse a lo que se enfrentó. Probablemente. No fue escrito originalmente en español, como el resto de los encontrados hasta ahora, pero gracias a una fuerte labor de traducción, aquí está el resultado. Un día como hoy, en el año 79, el Vesubio sepultaba Pompeya hasta los cimientos.

No llevo con Menandro toda mi vida. Nunca quiso enseñarme a escribir. Las mujeres no le servimos para eso. Yo aprendí robando cartas. Practicando y deduciendo. Un amigo esclavo ayudó. No me gusta estar aquí. De mi túnica poco queda del tono rojo, ya sólo es marrón sucio. No me gustó teñirme el pelo. Yo soy rubia. Ahora moriré pelirroja. Falsa. Menandro está en la cama, muerto de miedo. Por la mañana fui a mis clases de escritura con mi amigo esclavo. Somos esclavos los dos, pero él atiende a hombres igual que yo. Menandro me había sacado del Lupanar, pero no me había dejado cambiar mi aspecto. Era un viejo morboso. Le gustaba el poder. Le gustaba fardar de sus posesiones. Entre ellas, yo. Cuando venían a casa y yo había cosido mi túnica para ocultarme, él me rompía la zona del pecho con fuerza al igual que la parte baja de la espalda. Todas las veces lo hacía. Yo cosía la túnica cada noche. No quiero morir. Quiero luchar por mi vida, por la que este cerdo me arrebató. Me arrancaron de un hogar que nunca fue mío para encerrarme como un pajarito en otra cárcel más exclusiva. Ese cerdo merecía morir. Todos los cerdos de la ciudad lo merecían. Y esas harpías. Probablemente fuesen ellas las hipócritas. Esas que miran con desprecio mi pelo teñido. Esta ciudad está llena de demonios. No quiero morir. No me gusta estar aquí. Escribiré esto con la esperanza de dejar constancia de lo que ha ocurrido.  Odio. Odio y rencor. No llevaba despierta

demasiado tiempo cuando empezaron los temblores otra vez. Hacía unos días que los pequeños terremotos no importaban a nadie. La gente caminaba por las calles como si no le afectase lo más mínimo. Yo acabo de volver. Vi aquel árbol de humo. Lo vi ascendiendo por el volcán sin demora. El fuego no tardaría en aparecer. No reaccioné. No sentí nada. Volví a casa. Menandro sigue asustado encima de la cama. Muerto de miedo. Yo escribo. Escribo para el futuro. Para demostrar que se puede luchar por la vida. Da igual lo que venga, da igual qué muerte sea. Se puede. Yo maté a Menandro. Lo ahogué con mis propias manos. Ahora descansaré aquí, abrazada a ti, mi futuro. Desaparecerás. Quizá debería esconderte entre ladrillos. Quizá te encuentren y entiendan. Quizá la muerte de Menandro se conocerá y no quedará resto de sus riquezas ni sus amistades. Falsos. Como mi pelo.

Share:

0 comentarios