Esos eclipses. Esos que nos dejan ciegos y que lo llevan haciendo años y años. Pueden atraer multitud de personas. Con ellas, también, multitud de situaciones.
España es tan aburrida a veces, que una olvida que es lo que habla. No podré cambiar nunca que he nacido aquí. Algún día, si alguien se interesa en mi existencia, quizá diga que mi nacionalidad es española, a la par que mi religión desconocida y probablemente católica. ¡Cualquiera soporta tal insulto! Hoy por la calle me encontré con un montón de personas que se identificaban a sí mismos como astrónomos. Uno de ellos casi me tira lo que llevaba en la mano en la cabeza por confundirlos con los astrólogos que le hacen competencia a las brujas de las ferias de toda la vida. Hay que ver. Burgos nunca había sido tan interesante para lo que viene ser Europa. Varios de los "astrónomos" hablaban idiomas diferentes al español. Eso sí, todos parecían igual de concentrados en esperar y observar. Esperar y observar. Debe ser la raza de personas más aburrida de la maldita historia del pueblo español. Nunca había estado en Burgos, aparecer justo a la vez que toda esta gente, quizá era una pista sobre algo. Así que perseguí al más violento de todos y le robé lo que llevaba. Parecía un aparato para los ojos. Recuerdo haber corrido lejos de su visión, irónicamente, y haber encontrado una especie de campanario o algo parecido. No sólo me subí, sino que me sentí como una niña pequeña de nuevo. Sonreí, feliz, moviendo las piernas en el aire como si estuviese pescando mientras examinaba el objeto. Delante de mí estaban empezando a agruparse todos estos extraños personajes. Cuchicheaban, como si estuviesen tramando tomar el poder del pueblo sin previo
aviso ni opción a rendición. La verdad es que era divertido verlos desde allí arriba, pero la curiosidad empezaba a acosarme sin piedad. Había aparecido también la condenada familia real, maldita sea. Así que les clavé la mirada, imitando sus gestos algunas veces. Algunos, calvos, reflejaban la luz del sol, lo que los hacía muy, pero que muy, graciosos. Sus gafas me dejaban ciega en alguna que otra ocasión. Llegó un punto en el que maldije tanto reflejo. Pero también llegó un punto en el que los reflejos dejaron de producirse. Hubo como una oscuridad que empezó a surgir de la nada, los locos hormiguenses de allí abajo se habían puesto todos ese artilugio en los ojos. Así que eso hice yo. También miré para arriba, imitándolos del todo. Aquello fue... fantástico. Lo llaman eclipse. Ese sol, ese maldito sol que nos quema la piel y nos produce arrugas. Ese sol, el que nos acompaña por las mañanas y nos abandona por las noches. Ese sol, que se oculta en las nubes como un cobarde. Ese sol, había sido vencido por mi queridísima luna. Lo estaba ocultando. Era como demostrarle que el más grande, el más fuerte, no era el mejor. Por una vez, fue ella la que dominó. Por una vez, fue ella la que nos sumió en la oscuridad cuando le vino en gana. Se saltó los horarios, nos mandó a todos a nuestro sitio: de vuelta en el suelo.

Todos conocemos los quehaceres de las explosiones atómicas que se cargaron dos ciudades japonesas, y también sabemos que siguieron haciendo pruebas y que hubo una temporada en la que creíamos que moriríamos todos en una lucha atómica entre Rusia y Estados Unidos. Hubo una muchacha, de hecho, que lo vivió bien de cerca, ese miedo.
No sé qué hago en América. ¿Qué ha hecho ella por mí? He de decir que casi, CASI, me sentía más cómoda en un país machista como lo es el maldito México. No sé qué hago aquí. Supongo que el subconsciente me fue llevando hasta este maldito lugar. Malnacido el momento en el que se me ocurrió leer los diarios. No soy como ella, no lo conseguiré jamás. Me siento tan sola. Llevo trece años sin ella y parecen una eternidad mil veces mayor. Al borde de la treintena, la mayoría de mujeres están casadas ya, tan felices en sus casas con sus familias perfectas y su maldita manía de no tener necesidad de pensar. Odio sus vidas. Odio envidiarlas. Sólo puedo mirar el suelo por el que pisan y desear hacer ruido con esos tacones infernales. Deseo ser como ellas, o que dejen de existir. No existe punto medio. Sería tan feliz sin tener que competir con esas puertas de piernas largas. Demasiada presión, demasiada soledad. Ya sólo pienso gilipolleces. Hoy necesitaba aislarme un poco más, necesitaba ver a esa soledad, necesitaba mandar el mundo un poco a la mierda. Perder a tu mentora cuando tienes nada más que dieciséis malditos años no es algo digno de superar sola. Quizá sí lo sea. Quizá en mis brazos todavía siento la sangre de ella corriendo... Su mirada clavada en la mía. El frío... que me empezó a subir desde las piernas hasta la espalda, desde la nuca hasta el resto del cuerpo... Desembocando todo ese frío en unas lágrimas que no quisieron salir, que se encerraron en mí como la valentía que se me escapa, que se me escapaba, que se me seguirá
escapando años. Merecía tanto ser feliz. No fui capaz de ayudarla. Soy una condenada. Sola me ha dejado, sola merezco acabar. Estaba en una de las urbanizaciones de Las Vegas. Esos sitios que te parecen ridículos cuando has vivido la guerra tan de cerca. Son tan estúpidos, tan improbable su existencia. Sigo comiéndome la cabeza sobre a quién rayos pudo reconocer y perseguir justo antes de morir. No tenía sentido. No me lo dijo. Es tan gracioso que lo creyese innecesario. ¿Pero cómo iba a saberlo? ¿Cómo iba a saber que me desgarraría el corazón minutos después? ¿Cómo podía saber que me congelaría los ojos con esa sal tan odiada, con esas lágrimas olvidadas? No pude ni siquiera matar a su asesino. Cayó, muerto, antes de que lo viese disparar siquiera. Vuelven los escalofríos. Quería seguir hacia el norte. Anoche no tenía motivos suficientes para seguir viendo a esas putas de palacio fijo, seguir amargándome, seguir comiéndome con los ojos ese asfalto sobre el que ellas y sus malditos coches de colección repasaban. Hace doce días fue el aniversario de su muerte. Sigo sin superarla. Me ha abandonado, me ha obligado a seguir siendo una niña triste, sin personalidad ni futuro. Sin motivos. La echo de menos. A ella, a sus historias, a sus abrazos repentinos. A su locura, a sus ganas de vivir. Fue tantísimo lo que me regaló, que por un momento me volví tan loca como ella y les robé uno de esos malditos coches. Conduje toda la noche, dirección norte. Fue hoy, a las tantas de la madrugada, sin rastro del maldito sol o de un guiño de esas condenadas gasolineras. Fue hoy cuando la jodida tierra tembló bajo mis ruedas. Fue como volver a la maldita guerra. Fue hoy cuando giré el volante del coche en acto casi suicida. Fue hoy cuando salí de la carretera pensando en la muerte, en la sangre, en las lágrimas, en la soledad, en la guerra, en ella. Sobre todo lo demás, en ella.

Parece que lo de dominar el aire nos viene de atrás, pues hoy se cumplen muchos años desde que el LZ 127
Graf Zeppelin recorrió el mundo en 128 horas. Ahí es nada. Era un dirigible alemán, nombrado por el señor Ferdinand von Zeppelin, un noble también alemán. Mientras tanto, una de nuestras queridas vagabundas hacía honor a su nombre, descolocando el mundo terrestre desde Lakehurst, en Nueva Jersey.
Las casas aquí son preciosas. Parece mentira, sólo he tenido que recorrerme todo el país. Es como un mundo diferente, no sólo la gente y la nación en sí. No se parecen en nada. Admiro su capacidad para permanecer unidos en un mismo estado. Es brutal. Siempre me recuerda lo complicado y sencillo que es llevarse bien al mismo tiempo. Supongo que soy una romántica. No leería tanto si no fuese así. Ay... hoy espero ansiosa la llegada del dirigible. Cuando me enteré no pude más que saltar de alegría, casi me como mi propio pelo de tanto que me moví, debería lavarlo más a menudo. ¡Estaban haciendo realidad a Verne! Bueno, a su manera. Porque Verne hablaba del globo aerostático en el que un día volaré, pero un dirigible tampoco estaba mal. Nunca he visto uno. De hecho, por eso escribo ahora, para intentar distraerme en la espera. Me tiemblan las piernas. Estoy sentada en el bar de una amiga que cada vez que me ve me invita a una infusión, para intentar calmarme los nervios, me dijo la primera vez. Yo sé que le caí bien. No arriesgas tu trabajo invitando a una persona sin dinero por "calmarle los nervios". Ella lo sabe, yo también, y tan felices. Para compensarla, o para torturarla quizá, suelo contarle algunas de las historias que me han pasado, o de las que les pasaron a mis predecesoras. Como aquella en la que Grieta creyó que rescataba a una sirena y así lo anotó. Hay que ver, la imaginación humana. Siempre cuento esa historia como si efectivamente aquella hubiese
sido una sirena. Me gusta crear esos mundos mágicos, como hacía Houdini. Murió hace tres años. No recuerdo haber estado tan triste en mi vida. Había tanta gente en el entierro. Murió como vivió. Extrañamente. Pero volviendo a lo que nos ocupa, no puedo dejar de pensar en cuánta gente bajará del dirigible, si podré colarme y sobretodo, qué consecuencias tendrá para los alemanes. No me fío ni un pelo, aun cuando están consiguiendo cosas con las que los mortales nos atrevemos a soñar. Todas las personas, hombre mujer, alemán o no, tendemos a creernos más poderosos de lo que somos. Probablemente todo eso venga de que la gente ya no mira a las estrellas, ni a los fantásticos animalillos acuáticos ni a las lámparas infinitas de la noche. Supongo, que esa patología no puede curarla una sola persona. Claro que esa persona quizá no sea ya, y dado el hecho de que más bien pocos se dejan llevar por el espíritu aventurero. Ese que tiene una mano tentadora que te arrastra por el mundo sin ton ni son, quizá para enseñarte insospechados descubrimientos, quizá por jugar con tu existencia. Seguro que lo llaman destino, yo lo llamo matar el tiempo. Ya sé lo que voy a hacer. Voy a perseguir al primer estreñido que baje de ese dirigible, le voy a robar el billete, y voy a empezar a decir que me disfracé de hombre para estrenar ese fantástico dirigible y, de paso, no quitarle el mérito a la única mujer que se supone que viaja en él. No estoy hecha para la historia. Pero el billete que consiga, lo guardaré aquí para esa mano tentadora y todas sus consecuencias.

El mundo de la magia es aquel en el que algunos creemos, el mundo de los trucos, el de la ilusión, la imaginación. Creer que hay algo más que lo que aparece a simple vista. Es como un símbolo de que en el mundo hay mucho más de lo que vemos y de que merece la pena luchar por él y por cuidarlo. Al menos, así lo veo yo, y así veo el trabajo del señor Harry Houdini. Gran genio, mejor persona.
Aquí estoy. Después de tantos años de quejas, lucha y desgracias: tan feliz en Van Ness Avenue, tumbada al sol. Acabo de releer los diarios de mis predecesoras, por curiosidad, sinceramente. La que más me llamó la atención fue la dueña de uno de los dibujos más expresivos que he visto en mi vida. era el dibujo de una fotografía. He estado indagando, y creo que fue una de las primeras fotografías. Siempre hablaba de lo que le fascinaba y de los grandes momentos que le habría gustado grabar para siempre. Supongo que por eso se dedicó al dibujo en cuerpo y alma. Sin embargo, nunca me comentó nada. La veía, con la nariz enterrada en el último de estos diarios, dibujando como una posesa, sin ton ni son. Los ojos rojos, la cara comida por falta de alimento. Pero brillaba, toda ella brillaba de emoción, como si lo que estuviese haciendo la hiciese la persona más feliz en el mundo entero. Cada vez que releo estos diarios es como un viaje en el tiempo, para que digan que es imposible. Hoy sentía la necesidad de caminar, de sentir la luz del sol, o como lo llaman aquí sunbathe. A saber cómo se pronuncia. Me ha pasado algo muy, pero que muy curioso, que me ha hecho sonreír. Me gustaría poder expresarlo con palabras, así que lo intentaré con todas mis fuerzas, aunque probablemente no sea lo mío, tendré que dejar mis migas de pan también yo. Quizá mi Sardonia encuentre estos diarios y cuando me vea con la nariz enterrada en ellos no lo entenderá. Yo no seré así. Yo le
enseñaré lo que hago, se lo mostraré. Quizá sea demasiado distante, quizá no. Tampoco estoy muy segura de estar preparada para enseñarle nada a nadie. Echo de menos París. Leerlo en los diarios no me ha ayudado demasiado. Aunque supongo que echar de menos un lugar al que puedes volver tampoco es muy útil. En realidad es más que probable que eche de menos los días que pasé allí, el amor que encontré. Quizá soy la primera vagabunda que dejó atrás un hogar sincero voluntariamente. Algún día tendré que volver. De todos modos, dejo de divagar. La actuación que he visto hoy me ha llenado los ojos como a mi Grieta se los llenaba dibujar. Estuve aquí mismo, tumbada ante un sol más temprano, aburrida, cuando vi a un par de personas echar a correr hacia el acuario, y como en la naturaleza de una está, lo contagioso es perseguir la alegría y compartir ese hermoso virus durante un tiempo. ¡Por lo que allí fui! Riendo yo sola, como casi siempre, dejando caras de estupefacción a mí alrededor. Cuando llegué, no me lo creí. La actuación era de un hombre con un historial bastante interesante, se llamaba Houdini, o algo así. Conocí a su mujer, se habían casado trece años atrás. Aquello fue espectacular. Se había atrapado a sí mismo bajo el agua. En un tanque. Fue sorprendente. Me abrió los ojos al mundo aún más si cabe. No hubo palabras. Sólo...escalofríos.

Hace trescientos veintiocho años, un pirata inglés, nombrado caballero por sus grandes logros en contra del Imperio Español, muere en Lawrencefield, Jamaica. El motivo de su muerte fue nada más y nada menos que tranquilito en su cama. Es bien curioso que, entre los más sanguinarios y crueles hijos de la gran puta, la mayoría, no paguen por sus crímenes. ¿O sí?
Henry Morgan había utilizado a Grieta de escudo humano. Henry Morgan había utilizado la que había sido mi mentora y razón de vivir durante los primeros años de mi vida. Henry Morgan mató a Grieta. Fue en Portobelo. Fue veinte años atrás, pero no lo he olvidado. Recuerdo perfectamente aquel momento. El momento en el que la utilizó como un maldito trozo de carne para ocultarse a sí mismo. Maldito cobarde. Llevo buscándolo y persiguiéndolo desde entonces. Caminando tras él en los callejones, disfrutando de la imagen de su muerte. Llevo años barajando cómo destruir su vida. Veinte años. Me importa bien poco quién sea, o lo que halla hecho a favor del pueblo. No me lo creo. Nadie tiene derecho a ser tan cobarde y rico. Sir Henry Morgan morirá hoy. Llevo conmigo la espada más hermosa que jamás puede haberse forjado. Y no por el hecho de ser una espada, de ser excesivamente brillante o de valer demasiado oro. Es la mejor espada, es mi querida Sardonia, porque ella es la que ensarté en uno de los malditos bucaneros que apoyaban a Morgan. De haber cogido al mismísimo gobernador, lo habría ensartado también. La piratería hay que saber vivirla. Hay que saber a quién estás destrozando. Y hay que saber si lo has hecho bien. Porque si dejas que yo, Sardonia de nacimiento, Grieta por condición, viva para ver la muerte, veré también la tuya. Maldito bastardo. Pasé afilando a Sardonia todo el día, haciendo guardia en la puerta de la casa
de este caballero sin escrúpulos, de este cerdo sin corazón. Eso haría, ¿arrancarle el corazón? Quizá una muerte demasiado rápida. Merecía sufrir. Merecía recordar a Grieta. Mi Grieta. Merecía ver su rostro antes de morir, pero no el rostro de tristeza, rabia y dolor que tuve que soportar. No. Merece verla sonreír, merece ver cómo se ríe de él en frente a su muerte. Merece morir como el hipócrita que es. Maldito anciano inerte. Traidor. A los de su patria y a los de su calaña. ¿Cómo se ha atrevido a luchar en contra de la piratería, cuando prácticamente la inventó él, muchos años atrás? Ahora, que me ha hecho crecer en el odio y la venganza, ha de enfrentarse a todos sus fantasmas. Aparecerá el de la muerte, y esperará, esperará por la justicia que este indeseable merece. Debería cortarle la cabeza y llevarla arrastrándola por los pelos ensangrentados por los aposentos de todos a los que traicionó, de todos a los que destrozó, de todos sus aliados, y del rey. El maldito Rey de Inglaterra. Probablemente ni siquiera supiese qué papel había firmado, qué había concedido con su estúpida firma. Inútil Carlos II. Nombrando caballero, hombre del rey, a un canalla como lo fue esta escoria. Debería llevarle la cabeza, debería ensartarla en una de sus malnacidas lanzas y dejársela encima de su lecho. Quizás así se daría cuenta, ínfimamente, de lo que ha hecho. Quizás así se dará cuenta de lo que se hace por vengar un amor. Grieta era mi amor. Mi mentora, mi protectora, la persona a la que más he admirado entre todos los hombres de la tierra. La persona con el corazón más grande que la maldita isla de Tortuga, contando a todos los allí presentes, cuyos corazones no llegaban ni a una maldita nuez. Todo este desgarro, este dolor, estos recuerdos que me están acribillando el corazón a balazo sin compasión, toda esta tristeza, esta impotencia que me hace llorar en estas palabras. Todo eso, se lo clavaré al malnacido Henry Morgan. Y el que se atreva a ocultarlo, correrá la misma suerte.
